Un día, mi padre me entregó un niño esclavo. Dijo que lo había salvado del campo de batalla por su buena apariencia.
"Tiene un sello grabado en su corazón. Mientras tengas esta perla, no podrá desobedecerte. Así que puedes ordenarle que haga cualquier cosa."
El chico se veía bastante sombrío al escuchar lo que le ordenaban. ¿Acaso lo estaba tratando demasiado como a un perro? Mientras mi padre apretaba la perla, el niño se arrodilló a mis pies.
"Maestra".
Sus ojos rojos brillaron, iluminando su mirada misteriosa mientras sonreía locamente.
¿¡Por qué es así conmigo?! ¡Hice todo lo posible para tratarlo bien!